SUSTENTO TEÓRICO

La ética es una parte de la filosofía que reflexiona sobre la moral, y por eso recibe también el nombre: Filosofía Moral.

Ética y moral se distinguen simplemente en que, mientras la moral forma parte de la vida cotidiana de las sociedades y de los individuos y no lo han inventado los filósofos, la ética es un saber filosófico; mientras la moral tiene “apellidos” de la vida social, como “moral cristiana” “moral islámica” o “moral socialista”; la ética tiene apellidos filosóficos como: “aristotélica”, “estoica” o “kantiana”.

La verdad es que, las palabras moral y ética, en sus respectivos orígenes griegos (ethos) y latinos (mos) significan prácticamente lo mismo: Carácter, costumbres. Ambas expresiones se refieren, a fin de cuentas, a un tipo de saber que nos orienta para forjarnos un buen carácter, que nos permita enfrentar la vida con altura humana, que nos permita en  suma ser justos y felices. Porque se puede ser un habilísimo político, empresario próspero, maestro inteligente, un rotundo triunfador en la vida social, y a la vez una persona humanamente indecente injusto. De ahí, que ética y moral nos ayuden a labrarnos un buen carácter para ser humanamente  íntegros.[1]

Para que nuestra sociedad sea justa no basta que existan leyes, porque muchas veces las  leyes no reconocen todos los derechos que son reconocidos por una moral cívica; por otro lado, la capacidad protectora de nuestras leyes es limitada, porque se producen casos de manipulación, pueden  eludirse  y tergiversarse, sobre  todo, por parte de los que tienen poder. Por ello, es importante que la ciudadanía vigile y esté convencida que vale la pena hacerlo. Parafraseando el slogan “una imagen vale más que mil palabras”, se podría decir que: Una convicción moral  vale más que mil leyes.

La ética como parte de la vida del hombre que vive en una sociedad determinada tiene dimensión individual y una dimensión social, que busca autonomía personal y autorrealización individual. Esta consideración es clave paras entender y aplicar la ética en la vida y entender las exigencias de una ética de mínimos y una ética de máximos. Adela Cortina realiza una distinción entre ambos: entre aquellos mínimos normativos universalizables, que son posibles por la dimensión autónoma del sujeto y de los que se ocupan las éticas deontológicas de la justicia, y los máximos a que se refieren los proyectos biográficos de autorrealización. Tales máximos tienen por objeto las éticas de la felicidad, siempre que la felicidad no se entienda sólo como placer, sino en el amplio sentido humano de autorrealización. La autonomía en el hombre se presenta como la capacidad moral para la resolución o actuación ante un hecho concreto, desde este punto de vista estrictamente moral, es autónoma la voluntad de dejarse orientar por lo que todos podrían querer, por ello se dice que la autonomía del sujeto en el sentido estrictamente moral es básica.[2]

Partimos de que la ética es una dimensión humana fundamental, es decir, es propia del ser humano como tal, que es capaz de distinguir el bien del mal, y que, a pesar de las múltiples limitaciones humanas, tiene un margen para decidir sus acciones, orientándose a una vida buena, es decir, una vida a la altura de su humanidad, con sentido.

Este carácter humano de la ética es el que permite que en ella podamos coincidir creyentes y los que llamamos “no creyentes”, ya que tenemos las mismas obligaciones morales básicas; se puede ser moral sin ser religioso-y viceversa, lamentablemente-; los creyentes  no tenemos el monopolio de la moral; pero a la vez, hay que precisar que la ética tampoco excluye a la religión, ni a la moral que se deriva de la fe religiosa. La religión exige una conducta ética y en concreto la fe cristiana, exige una conducta ética  coherente con ella, que la verifique, es decir, conlleva una moral cristiana.[3]

A los cristianos el evangelio nos ayuda a discernir  lo que debemos hacer y orienta nuestra vida, pero la fe cristiana no se reduce a una moral; va más allá, es una relación  con otro que implica manera de relacionarnos con los de carne y hueso, que dan una motivación, un sentido último y una esperanza  que nos sostienen en la dificultades y oscuridades. [4]

“La palabra no está encadenada”, decía Mons. Romero citando a san Pablo. Esa libertad tiene un costo, la pérdida de privilegios o ventajas que quizás se tendrían en una cercanía con el poder, y que algunos valoran o hasta exigen, pero que puede llevar a graves ambigüedades; es el caso de ciertas cercanías con regímenes autoritarios o violadores de los derechos humanos.[5]

Como vemos entonces, la moral y la ética están ligadas en la conducta, compromiso y responsabilidad que cada uno de nosotros(as) asumimos en la sociedad; la política es un instrumento ideal para desarrollar acciones  en busca del bien común.

La escuela, se convierte en un lugar privilegiado para educar en valores, para sensibilizar en el compromiso social, para concientizar en la necesidad de la vigilancia ciudadana, para generar espacios de solidaridad, de Educaciòn en DD.HH, de Educaciòn en una Fe Liberadora, en una Moral  íntegra; los maestros (as) son portadores de ésta tarea, pero para ello, deben concebir  la profesión mas allá de la obligación académica, es importante avanzar hacia un perfil de docente  comprometido, solidario, auténtico, con responsabilidad ciudadana


[1] Cortina, Adela ”Ética Mínima”, Tecnos, Madrid  1988, parte I; Tecnos, Madrid, 1990, capítulo I Ética Aplicada y Democracia Radical, Tecnos, Madrid 1993, parte III
[2] Cortina, Adela, “Ética de Máximos y una Ética de Mínimos “, Tecnos, Madrid
[3] Cecilia  Tovar :  “Ética para la Vida Ciudadana” IBC-CEP, Diciembre 2008
[4] Cecilia  Tovar :  “Ética para la Vida Ciudadana” IBC-CEP, Diciembre 2008
[5]  Cecilia Tovar, Ética cívica en el Perú de hoy, Lima, IBC-CEP, 2002, p. 12 y ss.